La comunicación humana es increíblemente simple: un intercambio de miradas, una sonrisa apenas insinuada en el rostro, y listo. El lenguaje oral la acrecienta y enriquece; sin embargo, muchas veces la complica, no por necesidad de abordar temas complejos -estos son los que más necesitan un estilo claro y preciso- sino por nuestros propios complejos internos: entramados de juicios que la inteligencia creó para adaptarse a una circunstancia determinada y luego aplica a otras diferentes.
Como los juicios se fundan en hechos y estos son cambiantes, todo juicio es temporal: aún los que estuvieron muy bien fundados en el pasado, van perdiendo su base. Si no se revisan, comienzan a actuar como prejuicios: distorsionan la percepción de la realidad. Y las decisiones que se toman en base a juicios infundados tienen resultados adversos.Formar un juicio sano es simple: siempre se funda en hechos. Sin embargo, tenemos mala escuela en el tema; reconocidos comunicadores publican todos los días juicios fundados en otros juicios -a veces creados por ellos mismos-. ¿Desconocimiento? ¿Mala intención? No sabemos pero el resultado salta a la vista: demasiada polémica estéril que se contagia de los medios a la población. Al ser una conducta social, es muy difícil separarnos de ella.
La palabra discutir proviene de sacudir y separar, en cambio diálogo significa palabra a través de. En la discusión cada participante busca destruir una idea del otro para imponer la propia, mientras que al dialogar se asume el riesgo de explorar las distintas ideas desde su base para definir la mejor, que generalmente no existía antes del diálogo. Este don de creación es lo que comprendemos como alquimia -combinación química y mágica- de la conversación.
El intercambio enriquecedor no es sólo un medio, es un fin en sí mismo; porque a la par de encaminarnos a la mejor decisión, nos permite disfrutar del camino. Produce sensaciones de satisfacción, plenitud y libertad mientras construye relaciones. Nos realiza.
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